Las Intermitencias de la muerte”, de José Saramago




José Saramago nos trae un libro que nos atrapará desde su comienzo. Y el porqué es bastante sencillo. Lo interesante es la propuesta que nos hace llegar: un mundo sin muerte. O mejor dicho, un país.

De eso se trata “Las intermitencias de la muerte“. Seremos testigos de una maravilla nunca antes vista, un milagro dirán algunos. Un país entero sin muerte. Así comienza la historia, cuando de repente un 1º de enero, simplemente nadie muere. Con el correr de los días, y el constante vacío de los obituarios en los periódicos, ya no quedan dudas. No era una simple casualidad o buena fortuna del pueblo del país que Saramago no nos quiere decir su nombre (aunque deja pistas).

En un principio, todo es felicidad en el territorio afectado por la extraña circunstancia. Luego, veremos la decadencia y el caos porque claro, por ejemplo, los hospitales y hogares de la tercera edad se saturarán a más no poder. Las funerarias se quedarán sin trabajo, y ¿quién contratará un seguro de vida sabiendo que es imposible morir? Pues otra industria en la ruina. Y no nos olvidemos de las familias de los “vivos no tan vivos” (es importante aclarar que pese a no estar muertos, los que deberían estarlo no gozan de una salud privilegiada precisamente), quienes deben “soportar” a sus parientes quienes milagrosamente aún respiran el mismo aire que ellos.
En fin, veremos cómo se desarrolla la obra, siempre girando sobre este tema y sus repercusiones.

Todo el libro tiene el toque inconfundible de su autor, el escritor portugués José Saramago. Nos otorga todo lo necesario para muchas reflexiones personales a lo largo del relato.
Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, se destacan sus obras: Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, El hombre duplicado, El año de la muerte de Ricardo Reis y De este mundo y el otro.

Le doy: 9,5/10

El Metro





Son las 7:30am en Washington DC. Un individuo con morral y un peculiar estuche baja por las escaleras de una de las más concurridas estaciones de metro. Al entrar se detiene, paneando con su mirada el amplio pasillo, observa como si buscase algo. Es un hombre joven, delgado, de tez blanca, su vestimenta es común, unos tenis, jean sencillo, camisa oscura con mangas largas y una gorra del equipo de baseball de la ciudad. Camina hasta un área, se dobla para buscar algún objeto en su morral. Lo consigue y lo saca a la luz. Es un atril, lo abre, expande sus patas y lo coloca frente a él. Se vuelve a doblar, esta vez al estuche, lo abre y de él saca un violín. Parece ser una de esas tantas personas que se dueña transitoriamente de unos pocos metros de pared, su fin, ganar unos pocos dólares a cambio de deleitar a los atareados caminantes con clásicas y armónicas melodías de compositores fallecidos. Tras pocos minutos de calentamiento saca un libro lleno de corcheas, fusas, semifusas y demás símbolos mudos en papel, pero que al leerlo un hábil músico se transforman en vibratos, cadencias y armonías. Pasa una y otra vez las hojas hasta llegar a la buscada. Con su mirada puesta en el pentagrama y como un chaman invocando al guía de los espíritus sonoros comienza su repertorio musical. El reloj marca las 7:51 a.m., momento de la mañana en que el Rush Hour está en su pico máximo. El rápido transitar de personas preocupadas por llegar a tiempo a sus trabajos hacen que el violinista pase casi desapercibido. Unos disminuyen su velocidad por pocos segundos volviendo luego a acelerar el paso. Otros detienen su caminar, sacan del bolsillo unas monedas, algunos otros un billete de un dólar. Un niño se detiene al escuchar el vibrante sonido del violín, observa el energético movimiento del arco acariciando las cuerdas, pero casi inmediatamente la madre tensa el brazo del pequeño para continuar el camino.

Luego de cuarenta y tres minutos, el instrumento cesa de emitir sonidos, su repertorio ha concluido. Durante ese tiempo transitaron 1.097 personas. El violinista echa un vistazo al estuche y cuenta 41$. Es natural que la curiosidad de quien venga siguiendo este relato con vivida atención note que no está mal 41$ para poco más de cuarenta minutos de trabajo, ocupando al menos seis horas diarias, cinco veces a la semana, es mucho más que suficiente para vivir, en una ciudad como Washington. Pues nuestro querido lector se llevará una gran sorpresa.

Nuestro personaje estrella en este relato, el violinista, es Joshua Bell consagrado como uno de los mejores del mundo; su violín, un Stradivarius valuado en 3.5 millones de dólares; su repertorio, Suite en Re Mayor de Johan Sebastián Bach, considerada como una de las piezas más complicadas para violín de la música clásica. Dos días antes este personaje había dado un concierto con venta completa de taquilla para más de tres mil personas, la entrada mínima de dicho evento tenía un valor de 100$.

Este fue un experimento creado por el diario Washington Post para dilucidar la capacidad del ser humano en captar la belleza, en este caso musical, en un ambiente totalmente contrario al mismo. Solo una persona de las 1.097 reconoció al violinista, allí podemos ver el nivel de sordera y ceguera al que podemos llegar cuando los pensamientos y las ocupaciones inundan nuestras vidas.

De la misma manera esa sordera y ceguera sobreviene en todos los ámbitos de nuestra existencia, cuando las facturas y la monotonía, las deudas y el trabajo no dejan percibir, sentir y ver los momentos de verdadera belleza. Ese calor producto del roce de los pies con los de tu pareja al dormir, las caricias sutiles al ver una película juntos, los suspiros inesperados, o la palabra atropellada con silabas faltantes que se escucha tan cómico en un niño, la llamada de un amigo que el tiempo alejo, el olor a montaña, el frio mañanero, la incondicionalidad de los padres, la risa del abuelo.

No dejemos que el ruido del mundo, tienda un velo entre la verdadera belleza y nosotros…

Gracias...






Eres el mejor padre –desde el primer momento supe que así lo serias-, puedes estar feliz, porque nuestros hijos están plenamente conscientes del excelente padre –y amigo- que tienen. Siempre dulce, todo el tiempo enseñándoles una lección de vida, incentivándolos a la lectura, marcándolos con alguna idea, algún pensamiento. Eres un gran esposo sabes?. Me dejaste llevar las riendas de la casa desde el principio, no dudaste a la hora de delegarme la tutela de la decoración de nuestro hogar –tengo un excelente gusto para la decoración, no lo puedes negar-. Me encanta cuando sacas en mí una sonrisa en esos momentos donde mi humor esta de perros, nunca te lo he dicho, pero me encanta tu sentido del humor. Todas esas bromas tontas que haces al bañarnos, tu forma horrible de cantar, tus imitaciones, llenan de color nuestras vidas.
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Me da pena decirte esto, pena de mi misma. Siempre tuve un rencor dentro que nunca te llegue a decir, fue mi culpa lo se, pero nunca me dejo tranquila. Siempre reproche –a tus espaldas- que nunca me declaraste tu amor… nunca te arrodillaste a pedirme matrimonio, todo fue tan mecánico, nunca me regalaste un anillo de compromiso, nunca me declaraste tu amor como dios manda...

Pero, ¿Quién lo diría? Hoy me encuentro aquí, en esta sala llena de flores y eco, frente a ti. Yo con mis lágrimas y mi corazón roto. Tu acostado allí, como si solo estuvieses tomando una de las tantas siestas, esas que siempre me quejaba. Lloro, lloro profundamente, porque en este momento me doy cuenta que todo este rencor que te tuve por años fue algo insignificante y estúpido. Te amo como nadie…, fuiste el mejor esposo que pude tener, me aconsejaste, me apoyaste en todo mi camino. Hoy con mis lagrimas de testigo te quiero decir: Gracias amor…, gracias por haberme hecho vivir tantas cosas bellas, tantos momentos, risas, suspiros interminables. Eres y serás todo para mí, mi vida, mi gran regalo. Te amo tanto…

Adiós…