Un día la felicidad nos toco a la puerta, la invitamos a quedarse atemporalmente en nuestro mundo, nuestras almas. Desde ese día todo fue amor, caricias, sueños, proyectos, futuro. Luego sin explicaciones, sin porqués, aparece ese odioso “pero”, esa palabra que rompe todas las esperanzas, mata ilusiones, utopías y delirios. Todo cambio, el momento había llegado, a nuestros sueños se le rompieron las alas, era hora de partir.

No fue fácil para mí, se que tampoco lo fue para ti. Emociones convulsionaron por meses, el apego y la tristeza se mezclaron producto de ese catalizador universal llamado sentimientos. Fueron momentos nada fáciles. Decepciones, frustraciones, planes que murieron antes de nacer. Lagrimas corrían, lagrimas caían, junto con ellas culpas y retazos de alma.

Todo pasará, todo se calmará, eran las constantes palabras de familiares y amigos, y así fue. El tiempo se transformo en bálsamo, el corazón se renovó, los sentimientos reverdecieron, las risas volvieron, un nuevo amor toco la puerta, los pensamientos que antes no dejaban de orbitar nuestras mentes se diluyeron a causa de nuevas e intensas alegrías.

Los años pasaron, nunca nos volvimos a ver, hasta el día de hoy. El azar jugó con nuestros itinerarios diarios, el semáforo cambia a rojo, tú en el carril derecho, yo en el izquierdo. Este momento pasó muchas veces por mi mente, esos donde te preguntas ¿qué será de su vida? Al verte, una pequeña sonrisa se dibujo en mi rostro. Una sonrisa de tranquilidad. Luego de vivir lo que vivimos, luego de que el dolor arrendara por varios meses nuestro corazón, aquí estamos, tú con tu esposo, tu hija; yo con mi esposa junto a mí. Cinco seres llenos de felicidad, llenos de amor, llenos de vida.

El semáforo cambia a verde. Te alejas, me alejo, y seguimos nuestras vidas…