Esta es la historia de un país al sur del ecuador. Un país que llevaba más de una década padeciendo conflictos sociales, donde poco a poco el sesgo político dividía el corazón de todos sus habitantes, convirtiéndolos en colores, consignas y franelas. La economía se deterioraba con cada año que pasaba. Un país donde el bien de un grupo era más importante que el bien del individuo. Irónicamente el lema del gobierno era “poder para el pueblo” pero todos se preguntaban ¿a quienes se refería con el pueblo? Puesto que cada año dicho poder se concentraba cada vez en menos personas. El centralismo era el modelo favorito a elegir. Sus decisiones claramente eran para sus partidarios políticos. ¿Será que unos eran más pueblo que otros?…

Y un día todo cambio…

Un claro día de enero de un año cabalístico, un nuevo mandatario asumió el poder en este país. Este mandatario ubicado en el palco presidencial frente a cientos de miles de ciudadanos y millones de televidentes realizó un discurso que reactivó la razón y el orgullo de todo un país.

Fue honesto, exclamó que la economía estaba altamente debilitada como consecuencia de la corrupción y la irresponsabilidad. Hubo evasión –dijo- en la toma de decisiones difíciles y no se preparó al país para una nueva era mundial. Proclamó el fin de la polarización, de las pasiones, de las falsas promesas, de la ideología anticuada que durante tantos años mutiló la economía.

Dijo frente a todos los allí presente, de manera tranquila pero con energía que los obstáculos que se enfrentaban eran reales. Eran graves y numerosos. No se iban a poder superar fácilmente, ni en un corto periodo de tiempo. Pero quiso que el país supiera algo: se iban a superar. Era momento de elegir la historia de cada uno de ellos. Habría que trabajar duro, porque la grandeza nunca es algo regalado-dijo-. Habría que ganársela. Su gobierno no se caracterizaría por los atajos o por el conformarse con poco. Su gobierno no sería para pusilánimes, para los que prefieren el ocio y la manutención al trabajo. Sería más bien para los que corren riesgos, los emprendedores, los que producen, los que trabajan.

Ese día el ambiente del país era de felicidad, optimismo y libertad… La gente respiraba orgullo, respiraba autoestima. Sabían que estaban siendo parte de la historia, que este momento sería descrito con la misma energía y emoción a las próximas generaciones de ciudadanos.

Desde el balcón continuaba el discurso de este joven, ahora mandatario de una nación. Joven que por años luchó por la libertad del individuo. Siempre rodeado de intelectuales, productores, emprendedores, en su mayoría gente joven que no dejaban de crear a pesar de las difíciles circunstancias en las que se encontraban el país para aquel entonces.

Ese discurso fue el sistema de encendido de un motor olvidado de infinita fuerza, cada idea que planteaba, cada palabra que emergía de su boca era combustible para esa maquinaria. Resalto que nuestras mentes no eran menos inventivas, nuestras mercancías y nuestros servicios no eran menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad sigue intacta-comentó-. El tiempo de adherirnos firmemente a nuestras ideologías, de proteger intereses irracionales y de retrasar las decisiones desagradables ciertamente ha concluido.

A partir de ese día, los ciudadanos se levantaron, se sacudieron el polvo, y reanudaron el trabajo de rehacer una nación. Llenos de orgullo, racionalidad y productividad.