Luis es un joven de 39 años, ingeniero en sistemas, prodigio de la programación. Por varios años trabajo en una de las transnacionales importantes del mundo. Allí desarrolló varios sistemas informáticos que actualmente están siendo utilizados por miles de empresas alrededor del planeta. Con su inteligencia tenia su futuro asegurado, era un valioso activo para cualquier empresa. 


A sus 29años Luis comenzó a padecer graves y extrañas enfermedades. Dolores intensos que lo hicieron retirar del trabajo para poder concentrarse en mejorar su salud.  

Diez años después las sombras se acentúan como nunca en su demacrado rostro, es usual escucharle quejarse de sus intensos dolores de hueso, dice sentir dagas clavándose en la parte baja de su espalda. Su cuerpo esquelético demuestra años de lucha contra su rara enfermedad. Su rostro dice claramente quien esta venciendo... Su voluntad decrece con el paso de cada día, dice comer para mantenerse vivo, más no por sentir asomo de apetito. Su cuarto, un oscuro lugar lleno de marcas que recuerdan en todo momento al protagonista y rey del lugar, su enfermedad. Los olores, objetos y pesado ambiente despiertan en mi sensaciones de estar más en un hospital que a un “dulce hogar”.  

Aquí esta Luis, acostado en su cama tomando cócteles interminables de medicinas para aliviar sus fuertes dolores. A su lado, sentado en esta butaca, me encuentro yo, la muerte, eterno trabajador; un empleado más de los muchos que existen de "éste lado" de la línea. 


Luis a veces se pregunta si pronto lo visitaré, sé que me teme, hay momentos en que desea intensamente que lo visite. Luis siente que su vida no posee ningún valor, sus diarios dolores no lo dejan ver más allá de su cuerpo. Desafortunadamente -más para él que para mí- todos esos dolores tienen un sólo origen… su mente. Luis es hipocondriaco y lamentablemente –para él- todavía faltan muchos años para vernos cara a cara…


Andres Marquina